sábado, 25 de febrero de 2012

Nosotras que no nos queremos tanto. Fernanda Gil Lozno



NOSOTRAS QUE NO NOS QUEREMOS TANTO


                                                                                               
                                                                Fernanda Gil Lozano

La concepción de un individuo opuesto a su sociedad es característica de occidente y de reciente aparición en nuestras ideologías. La identificación de un "yo" con una psiquis y un cuerpo, la noción de una conciencia individual que se mantiene a través del tiempo, la identificación de un ser interno con un cuerpo externo, son producto de nuestra cultura de los últimos 200 años. La idea del individuo como unidad de estudio ha aparecido con el desarrollo de la medicina y la psicología y ha sido sostenida y legitimada desde campos del saber como el derecho, la economía y la política. También es de reciente producción en occidente el concepto de esquema corporal que se refiere a las imágenes del cuerpo sustentadas por la cultura y la sociedad y que el individuo incorpora como imágenes de sí mismo. La ciencia occidental tiende a explicar cualquier alteración de esa identidad como una falla personal en la integración que ese individuo ha realizado en su esquema corporal. Esta falla suele ser explicada a través de variables biológicas y psicológicas, quedando soslayados aquellos aspectos culturales de esta construcción. Se olvida

por ejemplo que ciertos órganos como el hígado o el corazón, ciertos fluidos como la sangre y el esperma, ciertas regiones corporales como la espalda y las piernas, cargan con significados especiales en el imaginario social y que los síntomas que se les atribuyen son metáforas de la relación de ese individuo con su grupo social.
Con Metáfora hablamos a partir de la más antigua y suscinta definición que conozco, la de Aristóteles (Poética) "la metáfora consiste en dar a una cosa el nombre de otra". Decir que una cosa es o que es como algo- que-no-es, es una operación mental tan vieja como la filosofía o la poesía.
El cuerpo social es un símbolo natural que permite a través de construcciones culturales, explicarnos metafóricamente nuestra visión particular de lo que es la sociedad y las relaciones sociales. El cuerpo se transforma en el medio o instrumento para comprender ciertos valores sociales. Podemos citar como ejemplo la formación de los sistemas de parentescos, patri o matrilineales y su relación con la observación de los fenómenos reproductivos en diversas culturas; los valores ligados a lo diestro y lo siniestro (lateralidad); las concepciones de salud corporal y su homologación con la salud social: los anticuerpos biológicos y los anticuerpos sociales como sistemas defensivos intrasocietarios contra los enemigos del grupo. En estas metáforas construídas por nuestra cultura se suele observar cómo el hecho de la alineación del cuerpo se expresa en patologías tales como las esquizofrenias, las adicciones y las enfermedades agrupadas en torno a los trastornos de tipo alimentario y cómo éstas expresan las contradicciones de nuestro mundo posindustrial. Esta alineación suele ser comunicada por los pacientes a través de la vivencia de un yo sin cuerpo o de un cuerpo que ya no se reconoce como propio.
La dicotomía mente-cuerpo y la alineación corporal son entonces características de nuestro tiempo y podrían ser referidas al modo de producción capitalista en el que el trabajo manual y el intelectual se disocian y adquieren diferente jerarquía.
Mientras las cosmologías de las sociedades no industrializadas utilizan metáforas que expresan el intercambio constante entre el cuerpo y la naturaleza, nuestro mundo posindustrial utiliza metáforas que equiparan la ecuación simbólica máquina-cuerpo.
Esta ecuación se relaciona con la negación de los ritmos de funcionamiento del cuerpo humano en beneficio de la producción. Las necesidades laborales suelen ser ajenas a nuestras necesidades psico-biológicas y el cuerpo es un aparato más para
ser usado como una máquina en una fábrica o empresa. Un ejemplo de esto en nuestro medio, son expresiones como: estoy reventado, está pasado de revoluciones, estoy cargado, necesito desenchufarme, necesito cargar las pilas y tantas otras.
Esta metáfora del cuerpo como algo a ser manipulado nos acerca a la concepción del cuerpo político que se refiere precisamente a las relaciones de poder y control de un sistema social sobre sus miembros a través de representaciones que implican prácticas sociales acordes a estas metáforas. Fenómenos sociales como la caza de brujas, la búsqueda de enemigos internos y externos a los que hay que exterminar, la discriminación negativa social pueden tener su concomitante corporal en normas de higiene tendientes a eliminar los factores enfermantes o en la búsqueda obsesiva de un cuerpo perfecto. La inseguridad de control de un grupo sobre otro puede dar lugar a la conocida metáfora de la pureza de sangre o la raza superior. Estas operaciones imaginativas pueden rastrearse aún en sociedades primitivas. De hecho las culturas parecen necesitar yuxtaponerse para afirmar aquello que le es específico. Si tal es el caso, como sugiere Wolfang Iser, la otredad es un medio para perfilar una cultura. Las culturas tienen dificultades para existir como entidades autosuficientes. Como ha demostrado el ejemplo del nacionalismo decimonónico, la formulación y desarrollo de una cultura propia puede y debe avanzar a través de una relación intensa y deliberada con lo extranjero. En términos lógicos, en una oposición cada término completa el orden de las cosas, un signo o símbolo adquiere significación cuando se diferencia de algún otro signo o símbolo opuesto. En definitiva, el discurso sobre el cuerpo del otro se convierte en una tentativa de saturar una ideología desde el interior, de clausurarla sobre un punto de sutura –en este caso la frontera otro-nosotros, amigo-enemigo que la remite a lo que en ella es ausencia, a lo que a ella le falta. La gran paradoja resulta ser que, entonces, si las culturas necesitan yuxtaponerse, no pueden evitar al mismo tiempo la emergencia del conflicto cada vez que dicha yuxtaposición ocurre. Dentro de un mismo grupo podemos pensar binomios que operen con el mismo mecanismo como femenino-masculino. La invención del otro como espejo, a partir del cual definir mejor la propia identidad, puede basarse en supuestos ideológicos muy diversos.

El control policial de los modos de ser y mostrar el cuerpo suele ser expresión de los temores y amenazas que el grupo dominante experimenta ante la aparición de nuevos actores sociales: los inmigrantes por ejemplo. A esto debe agregarse que en tiempos de crisis, las sociedades suelen regular y reproducir la imagen del cuerpo que necesitan como expresión de tales conflictos. Esto puede significar cuerpos gordos, cuerpos flacos, cuerpos atléticos, cuerpos agresivos y otras variables.
El cuerpo político se construye sobre esta imagen requerida, en nuestro país el cuerpo requerido parece ser el atlético, fuerte y esbelto.
La cultura posindustrial se ha vuelto más y más consciente del cuerpo y por consiguiente ha dado lugar a prácticas y representaciones que implican una mayor manipulación. Para ambos sexos estipula como correcto, aquel cuerpo delgado, fuerte, sano, andrógino, preparado para un mundo competitivo con estrictos valores de belleza, autonomía, juventud, autocontrol, etc. Para estos atributos varones y mujeres deben trabajar sus cuerpos continuamente, ya que ese cuerpo ideal no es un don de la naturaleza sino algo que se adquiere. La necesidad de ser joven, dado que este atributo simboliza agilidad y eficiencia, de ser sano o normal ya que la discapacidad margina al no poder permitirte la apariencia de lo deseado, puede llevar al individuo a recurrir a mecanismos tales como la cirugía para corregir las leyes de la naturaleza que implican envejecimiento y deterioro corporal. Si la persona no puede llegar a cumplir este objetivo falla, se verá empujado a las enfermedades del cuerpo y esto le significará una pérdida de poder y control. Esta experiencia se evalúa como fracaso y es siempre atribuido al individuo al que se le achaca no vivir correctamente, no comer bien, no hacer dieta ni ejercicios.
Algunos autores creen ver en la preparación para la competitividad, una preparación para la guerra; otros consideran que esta ideología de la obtención del cuerpo correcto, se articula con el autoritarismo que se está desarrollando en los países centrales y periféricos de occidente, y hasta se ha sugerido que el encerrarse en la búsqueda de un cuerpo delgado y bello implica la defensa individual ante la amenaza de un holocausto nuclear.
Especialmente los cuerpos de las mujeres han sido cooptados por metáforas donde algunas enfermedades actuaron y crecieron: los talles de avispa, las anemias y tuberculosis del romanticismo, la debilidad nerviosa, entre otras.
Si bien los varones no se han visto exentos de los trastornos alimentarios y las distorsiones de la imagen corporal, si bien también se someten a prácticas físicas como gimnasias extenuantes, jogging y deportes inadecuados para la edad y se atiborran de pseudos medicamentos para adelgazar y conservarse jóvenes, son las mujeres las que mayoritariamente convergen en pensar, ya sea una profesional o un ama de casa, que deberían perder algunos kilos, expresando su disconformidad y malestar con sus cuerpos.
puestos de prestigio y poder en la sociedad, hubo una respuesta conservadora masculina, (popular y de élite), a través de los medios de comunicación masiva: los anuncios porno, cuerpos vestidos con cueros y cadenas, caras orgásmicas ante la necesidad de un esmalte de uñas, etc. que lograron sembrar en las mujeres desconfianza y odio hacia sus propios cuerpos. Incluso esta violencia hizo que el sexo ya no fuera sexo si no contenía violencia. Saturado de imágenes, el público perdió todo interés en la desnudez común y saludable.
Consecuencias de esta estética mediática, tanto la bulimia como la anorexia parecen haberse transformado en el paradigma del género femenino.
También debemos agregar, que en principio, nuestra cultura actual parece ser una cultura de uso y descarte rápido de las personas en lo que hace a los contactos sociales. Como objetos de consumo, las personas deben mantenerse en un nivel constante de deseabilidad, de ser consumidas, para no ser descartadas definitivamente y ser condenadas a la marginación social. Cada cuerpo de acuerdo a cómo se conforme puede intercambiar diferentes cosas, depende de lo que se necesite.
En el caso de los cuerpos femeninos se exige ser eternamente adolescente pero al mismo tiempo madres adultas; ser físicamente jóvenes pero con la experiencia de la madurez; mostrar un cuerpo esbelto, hermoso, atractivo y al mismo tiempo ser inteligentes, hábiles, astutas; ser sexis y pasionales y al mismo tiempo autocontroladas, son, en síntesis, algunas de las demandas contradictorias que se le hacen a las mujeres, permanentemente en los medios masivos de comunicación social. Estos mandatos complejos se logran consumiendo los instrumentos que la sociedad sostiene ideológicamente como los idóneos para tales requisitos. Ya Foucault en los 80 trabajó sobre los cuerpos dóciles adaptados al sistema y domesticados. En nuestro medio se puede torturar al cuerpo para controlar las almas. Toda la Historia está plagada de ejemplos del uso político del cuerpo como vía de enseñanza de aquellos lemas que protejan los intereses económicos y la hegemonía del grupo dominante.
controles sociales y su hegemonía ideológica a través del control del cuerpo de las mujeres. La especialidad médica ginecológica fue desarrollada por los varones en detrimento y sin escuchar a las comadronas que durante 300 años fueron pereciendo acusadas de brujas por los varones de la élite.
Muchas conductas femeninas calificadas de anormales, fueron medicalizadas cuando solo se trataba de la expresión del malestar de las mujeres por su situación de subordinación social. La revolución industrial trajo para las mujeres simultáneamente, el trabajo brutal y el encierro domiciliario; la prostitución y la debilidad atribuida como propia del género. El sistema de valores patriarcal caracterizó a las mujeres pobres como enfermas por sus pasiones e instintos y a las burguesas de débiles mentales, eternas niñas, jurídicamente incapaces de organizar su vida sin un padre o un marido. Los códigos del estado moderno avalaron la minoridad eterna de las mujeres, excluyéndolas de la vida pública como ciudadanos independientes.
Con los cuerpos femeninos es necesario deconstruir aquellos sistemas de creencias que históricamente han pensado el malestar femenino como causas demoníacas, biológicas y psíquicas, opacando las causas objetivas como su subordinación social, y confundiendo muchas veces efectos de tal subordinación con los síntomas de su malestar, es decir en realidad, muchas enfermedades son el producto de abusos sociales y no causa de malestar.
Las mujeres deben producirse como objetos vendibles en un mercado cada vez más exigente y más contradictorio. Tener un cuerpo esbelto no es sólo responder a un canon de belleza sino estar dentro de un mercado de consumo. La gran amenaza no es ser fea o gorda sino quedar marginada de un mundo donde no se es, no se existe, si no se responde al código social. Aquellos que no se desarrollan de acuerdo con la norma, no solamente no sirven por no ser funcionales al sistema sino que además son considerados monstruosos.
A las mujeres se les demanda eficiencias incompatibles, es posible que nuestros médicos y agentes sociales ligados al mundo de la salud, no alcancen a percibir la secreta indignación de las pacientes bulímicas y anoréxicas. También es posible que estas enfermedades recorran el mismo camino que las histerias y otras sintomatologías del XIX.
Estoy convencida que el surgimiento de imágenes que convierten a las mujeres en objetos o erotizan su degradación son una respuesta de la dominación masculina a la autoafirmación de las mujeres.
En algún momento de los años 70, la idea de un amor erótico basado en la reciprocidad no violenta en lugar de dominación y sufrimiento, despertó miedo porque sin lugar a dudas puede provocar cambios políticos en nuestras sociedades.
(Kate Millet: "lo personal es político"). La consecuencia directa de que el sujeto mujer se quiera a si misma es que tome conciencia de su valor social. Su amor hacia su cuerpo no tendrá reservas y habrá una base de identificación con su sexo. Cuando una mujer ama su cuerpo, no cuestiona lo que las demás hagan con el suyo, y si ama su condición femenina, luchará por sus derechos, y es verdad lo que se dice de las mujeres: somos insaciables. Si el mundo nos perteneciera pediríamos más amor, más orgasmos, más dinero, más asistencia a los niños, más alimento y más cuidados. "Me gusta la glotonería de reivindicar derechos". Estas demandas físicas, sexuales y afectivas comenzarían a extenderse a las reivindicaciones sociales.
Yo me pregunto por qué las mujeres actualmente odiamos tanto nuestros cuerpos, porqué tratamos de cambiarlos, operarlos, reducirlos, engrandecerlos o directamente destruirlos. En los talleres de mujeres se trabajan cuestiones relacionadas con la autoestima. Lamentablemente, cada vez es más frecuente escuchar y en voz baja, la confesión de terribles secretos, casi inmorales como por ejemplo: "mi problema son mis caderas, mis pechos, mis muslos, odio mi barriga". No sé si es un rechazo estético, parecería más bien "vergüenza sexual". Muchas mujeres piensan que si tuvieran senos más grandes, sus maridos las querrían o si sus glúteos fueran como los que vió en tal lado, a lo mejor su matrimonio, etc., etc. Las partes varían pero la superficie de convergencia es la profunda convicción de que es eso lo responsable de su desdicha.
Senos, muslos, nalgas, vientres, los puntos sexualmente más importantes de lamujer, son las partes del cuerpo cuyos defectos y fealdad pasan a ser la obsesión. Casualmente son las partes más atacadas y mutiladas por los asesinos seriales y por hombres violentos.

También son las partes que los cirujanos plásticos rellenan con variopintas sustancias o cortan más a menudo, las que dan a luz y amamantan y son más sexuales. Una cultura misógina ha logrado que las mujeres odien su cuerpo, sus logros y sus capacidades.

La compulsión a amoldar el propio cuerpo a una imagen y el rechazo a las carnes que desbordan el límite ideal (ya no se trata de corregir un peso excesivo sino de hacer entrar el cuerpo en los contornos de una forma imaginaria), dan cuenta de la angustia, individual y social, ante el fantasma de una corporalidad identificada con deseos, apetitos e impulsos incontrolables, así como ante un cuerpo que opera como significante de la diferencia sexual. Y en el caso de las mujeres una "mujer gorda" habla de desborde, descontrol y acaso ¿libertad?
Odiando a nuestros cuerpos comenzamos a odiar a las que son como nosotras, las vemos como competidoras. Odiando a nuestro cuerpo lo castigamos con el hambre, la gimnasia excesiva o la indiferencia. La cantidad de calorías que nos dicen que debemos ingerir son las que consumían en algunos campos de concentración. ¿Cuándo nos volvimos tan tontas?
Una nueva comprensión del papel que juegan los valores culturales y las contradicciones sociales en todos estos procesos, permitiría un abordaje más integrador de los padecimientos corporales, pero posiblemente ello atentaría contra los múltiples intereses en juego defendidos mediante la medicalización de trastornos como los alimentarios.
Nuestra cultura mediática no ofrece modelos femeninos de mujeres mayores, sabias, sino que muestra mujeres jóvenes a las que no se respeta por su mentalidad. Nadie las escucha, solamente las ven. Creo que cuando una mujer deja de ser simplemente linda y adquiere sabiduría aparte se la puede escuchar. Aparte de que nos miren pienso que es importante que nos escuchen.
Me parece que la nueva revolución para las mujeres debe pensarse en recuperar la belleza de nuestro cuerpo, en sus curvas y sus ciclos vitales. En este sentido los medios deberían llevar la avanzada, sin embargo cambian los soportes pero no los contenidos.
¿Cómo comenzar? Yo creo que un buen punto de partida es recuperar el placer de sentir caricias, de querer sentirnos rodeadas de algodones y sobre todo ¡huyamos del dolor! ¡No es bueno!. No pensemos que a mayor sufrimiento mayor cantidad de kilos a perder, es mentira. El stress de sentirnos fuera de lugar o que no damos la talla también genera grasa. Estoy segura que una mujer feliz puede ser ligeramente gordita, repetir alguna porción de algo sin culpa y llevar una vida segura y sana sin agotamientos e inseguridades.
Busquemos lo que queremos y rechacemos aquello que no. Apostemos a una política de la sensualidad: lo femenino es hermoso. Que no nos importe lo que vean los otros, aprendamos a vernos y a gustarnos desde un lugar propio, desde nosotras. Y sobre todo amigas recuperemos el placer de una sexualidad que no tenga que ver con la erotización de la degradación de las mujeres. Que si hacemos mucho el amor no se cuenten las gotas de sangre de nuestra humillación sino la cálida humedad de otros humores corporales.

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